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Ricardo Iorio, campera de cuero negro, pelo con rulos hasta la cintura, esa cara de eterno entrecejo fruncido.
Willy de Massacre, sueter amarillo con ochos tejido por abuelas y tías, pelo rubio hasta la cintura, esa cara siempre amable, sonriente, buena gente.
Ciro Pertusi, voz y voto de A77que, con esos jeans ajustados celestes y la campera de cuero, cierres, bien cortita, igual que el pelo.
Uno había cargado bolsas de papas en el Mercado Central durante su adolescencia (de ahí su apodo: el papero), otro era un chico de skate rampa de Figueroa alcorta ATC, otro hacía poquito había renunciado a su único empleo en blanco en el Correo Argentino y abandonaba la pensión inmunda donde vivía.
Ellos eran tres de los muchos que almorzábamos en un tablón muy largo: había un sodero (Tito, de Lethal), un fletero (el glorioso Tano Romano), un punk dientes rotos (Pil Trafa), un psiquiatra recién recibido (Dr. Pablo Mondello, master guitar de Massacre), uno de los conocedores de punk rock más impresionantes que conocí (Mariano Martínez), el recién arribado del Reino Unido Mr. Charlie Harper (cantante y frontman de UK Subs, squatter, 17 años de punk!), el estampador de remeras y bajista asesino (Marcelo Corvalán o Corvata, como quieran), todos los otros músicos de las bandas y algunos personajes que no puedo dejar de contarles: el abogado “tenés un problema de drogas? yo te defiendo” (Joe Stefanuolo, letrado impecable!), el señor“si hay show allí estoy” (Minimundy Epifanio, trabajó con todos, vive con su perro), el organizador supremo del evento (Alejandro Taranto), el presentador con el pelo al ras y la remera que rezaba “Muere Duro” (Norberto Verea, hijo de Pirucha, oriundo de Gerli, “me pongo de pie para nombrarlo”)
Almorzábamos por allí prensa, sonidistas, plomos, stage managers, algunas esposas, filmadores. A nuestras espaldas, unos señores de uniformes grises y borcegos nada punks, pelo al ras y birretes nos recordaban donde estábamos. También las latas de gaseosas. Y sobre todo los barrotes, los paredones, lo quemado de los paredones (producto de motines añejos) y la humedad. Estábamos en la cárcel de Olmos.
“El tormento del vino artificial / y su atmósfera callejera/ anestesian la conciencia común/ que transcurre su infancia/ en la tierra estomacal...”
Cuando Iorio escribió Gil Trabajador aún no sabía que años después aterrizaría en el patio de la cárcel de Olmos a agitar los pelos en un headbanging incomprensible para los brazos y piernas que asomaban de los barrotes, o para los presos “de buena conducta” que poblaban el patio de la cárcel.
Cuando Iorio escribió Gil Trabajador, y lo incluyó en Acido Argentino, escribió una de las mejores crónicas de los tipos suburbanos que laburan y laburan y llegan a su casa y toman y toman y terminan doblados, con sus hijos tratando de enderezárlos en medio de deberes y guisos apenas comidos.
Cuando Iorio escribió Gil Trabajador muchos de los que gritaban a través de los barrotes andaban por sus barrios a puro vino a puro asepto a pura merca, hasta que un día “perdieron”.
Y ahora nos gritaban, nos tiraban mensajes, nos mostraban fotos, nos pedían que un día, aunque sea un día, alguien recordara que ellos, los presos de Olmos que no accedían al “beneficio” de asistir a un show desde el patio de Olmos, aún estaban vivos. Anestesiados, llenos de cicatrices, curtidos, habiendo cambiado su orientación sexual, descalzos, sucios, pero vivos.
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Yo les voy a contar algo personal: cuando con Claudia, mi amiga, mi compañera en la Heavy, mi colega, nos enteramos que ibamos a la cárcel nos juramos no preguntarle a nadie por que estaba preso, y esto tiene que ver con algunos límites. Si alguien había violado o abusado de niños, no queríamos saber. De violencia familiar no queríamos saber. De abuso de poder no queríamos saber. Si habían torturado o desaparecido a alguien no queríamos saber. Así entramos al patio, y todas las chicas de la troupe fuímos recibidas a los gritos: los presos nos confundieron con las Locas como tu Madre. Ellas hacían un programa en Rock & Pop y tenían la particularidad de que en el bloque de mensajes y a pedido, gemían. Los internos nos solicitaban lo mismo. “Giman!” gritaban. “Giman”. A los cinco minutos quedaron claras varias cosas: la magia de la radio no transformaba varias chicas de camperas de cueros, jeans, poleras y borcegos en gemidoras profesionales. Y la radio es mágica porque no se ven las caras, los cuerpos ni lo que sucede en el estudio: se escucha. Sí, muchachos, escriban sus mensajes a las Locas como tu Madre. Ellas no vinieron, pero capaz les giman cuando lean sus mensajes a la noche, cuando ustedes prendan la radio para escucharlas. Nos llevamos una bolsa repleta de papeles de mensajes para ellas.
“Sinceramente para nosotros es un honor poder estar acá y para mí poder presentarlos. La cosa es que toquen ellos y que no hable yo...Lethal para empezar esto...disfrutenlo! Muchas gracias!”
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El Ruso abrió el show y Lethal arrancó con Rompiendo el silencio. Y los presos fueron respetuosos: escuchaban y aplaudían. Pero en la cárcel –por lo menos en la cárcel de Olmos, y supongo que en todas- manda la cumbia. Les conté de mi visita por los pasillos de los pabellones. Ahora, ponganles música: Alcides, los Lamas, Ricki Maravilla, Gladys la Bomba Tucumana, los Palmera. Por aquellos años la cumbia era lo que fue el tango en los 50´s: letras de amor, de cuernos, de amantes, de “trampas” en hoteles clandestinos, de joda. No existía aún la cumbia villera, trapera, rastrera, ni los pibes chorros. Charlando con algunos internos nos enteramos que-además de cumbia- ranqueaba alto Credence Clearwater Revival, Vox Dei, y Attaque 77. Pero la comandancia la tenía la cumbia.
"Amor de millonario no te puedo dar/ yo tengo otra riqueza que te gustará/ la noche que me quieras te vas a enterar/ queridaaaaa.....”
Han pasado varios años, pero cuando me acuerdo de Olmos tengo algunas imágenes que me quedaron grabadas: las banderas de Chacarita (“Así que los Attaque van a cantar el Dale Bo? Vamo´ a ver si se escucha!”), las patas colgando de los barrotes, las camisetas de fútbol (Boca, Chicago, Chacarita, River, Racing y hasta una de Lafe), los colores de la piel de los presos (oscura, en su gran mayoría), la condición de los presos delatada por vestimenta y “portación de cara” (pobres, en su gran mayoría), los tatuajes de tinta azul (“madre”, los cinco puntos, la espada y la serpiente, algún nombre de los hijos, otro de alguna mujer), el olor a pobre.
No había ricos en la Cárcel de Olmos cuando salió Lethal. Y cuando nos fuímos de allí, tampoco.
“La cárcel, en nuestro país, no es un lugar para estar sino para “estar mal”. Es un infierno (...) Todos ellos, pesados y garcas, logis o manus, parias y mujercitas tiene un denominador común: el resentimiento por el trato opresivo, humillante (...) En nuestro país se confunde custodia y depósito con régimen y tratamiento penitenciario” [Elías Neuman / Crónica de Muertes Silenciadas]
En el patio, detrás de un vallado que nos llegaba a las rodillas, aguardaban para subir a escena Ricardo Iorio, el Tano Romano, el Pato Strunz y Claudio O´Connor. La historia del Heavy Nacional.
Pero eso se los cuento en unos días...
Eme Eme