Coachella 2010

Crónica, fotos y videos por Bárbara Keilty



-  Pavement, Yo la Tengo, Thom Yorke, She and Him,  Dirty Projectors. Parece un fake.
-  ¿Pero no es un fake? 
- No no. Es posta

Desde que supe que existían festivales como Glastonbury, siempre pensé qué loco sería estar ahí. Muchas bandas, todas juntas en pocos días, mientras nosotros acá, en el sur del sur, esperamos meses para que anuncien alguna visita importante e iniciamos plegarias para que se haga realidad (y para poder pagar la entrada después).

Cuando se publicó el line up del Coachella 2010, empecé lentamente a fantasear con ir. Todavía tenía que tomarme vacaciones, y, a pesar de que me gasté casi todos mis ahorros en el viaje, la cantidad de bandas que iban a tocar amortizaban completamente los gastos.
Entonces, de a poco empecé a entrar a foros y páginas para averiguar más. Había que decidir varias cosas antes. ¿Carpa u hotel? Estaba segurísima de que, alojarse en un hotel en este tipo de festivales era como perderse el 50% de la experiencia. Entonces salió carpa.



En el foro del festival se congregan los asistentes –y aquellos que quieren serlo- y hay threads específicos para desarrollar la solidaridad 2.0: desde “aventones” hasta compartir alojamiento, pasando por grupos de camping, todo es posible encontrarlo allí. Enseguida me contactó Reza, un estadounidense simpático que me ofrecía un free ride desde el aeropuerto de Los Angeles –hasta donde yo volaba- a Indio, donde se hacía el festival. Yo le ofrecí compartir los gastos, algo que me parecía lógico. El se negó rotundamente, mientras yo quedaba perpleja ante tanta amabilidad. Me dijo que viajaríamos con Antonio, un amigo suyo de México y dos chicas canadienses.
Llegué  al aeropuerto de Los Angeles el jueves 15 de abril a la mañana. En el camino a Indio ya se podían ver vans llenas de gente feliz. Aquellas que llevaran cuatro o más personas al festival podían pintar la leyenda “Carpoolchella”: una iniciativa “anti-contaminación” de la organización, que luego elegiría al azar distintos autos y sus afortunados ocupantes obtendrían VIP tickets para el festival de por vida.
Reza, Antonio, y las canadienses ya habían participado de varios Coachella, por lo que ya tenían incorporada una aceitada logística antes de entrar al camping: pasar por el supermercado y aprovisionarse de lo indispensable (y más). La compra consistió mayormente de alcohol (cerveza, mucha) y bebidas y barritas energizantes que iban a  tener que cumplir con la tarea de engañar un poco al organismo. Tanta preparación me inquietó. Las canadienses ponían vodka en una botella de agua y no paraban de gritar “Ohhh, I’m so excited!” todo el tiempo, con tono de protagonista de The O.C.. Me sentía como en Barilo’, Bariló, pero dolarizado y con completos extraños.
Llegamos al camping cerca de las seis de la tarde, y todavía tendríamos que esperar una hora más para ingresar. Este fue el primer año que la organización permitió armar las carpas junto a los autos, algo que resultó bastante cómodo para tener al alcance de la mano todo lo que habíamos comprado.
Había oscurecido pero por suerte ya contábamos con nuestra parcela: un pequeño espacio en el que mágicamente teníamos que hacer entrar cuatro carpas. De pronto, los chicos empezaron a desplegar un gazebo gigante. Yo no entendía muy bien el propósito de instalar semejante estructura, lo único que quería hacer era terminar con las carpas e irme a dormir. Después de cerca 20 horas de vuelo –gracias Delta por convertirme en un (in)feliz pasajero en tránsito- mi pedido era bastante razonable.
A la mañana siguiente, con la amenaza de Febo ciñéndose sobre nosotros comprendí perfectamente el porqué del gazebo.
Era temprano y decidí recorrer un poco el lugar. A dos cuadras de nuestras carpas, estaba el sector de comidas y, un poco más lejos, las duchas. Ducharse en Coachella es toda odisea. Uno de los tips que más leí antes de viajar, aconsejaba repetidamente hacerlo –por el bien de los vecinos de carpa y de recital-. Cuando llegué a las duchas entendí que ese consejo era muy básico, pero muy difícil de cumplir con las extensas filas. Eran aproximadamente 40 duchas para cerca de 15 mil personas. Había que optar por levantarse al alba y ducharse (opción que fue mi elegida) o perderse algún show y bañarse a la noche.
La oferta de lugares para comprar comida en el camping era extensa y variada pero, otra vez, había que armarse de paciencia para ser atendido. Había puestos de frutas y verduras orgánicas –exquisitas frutillas y arándanos- instalados por productores locales, y por supuesto de café –que casi todos tomaban frío, pero yo no pude sucumbir a esta modalidad, para mí mañana sólo existe el café caliente, no importa cuántos grados hagan-. Los más buscados eran los lugares donde vendían pizza. El desayuno de porciones de pizza con peperoni era lo que más salía. También había varios “General Stores” donde era posible encontrar desde paraguas para el sol hasta soutiens de silicona.
Después del mediodía entramos al predio donde iban a tocar las bandas. Mi agenda empezaba con As Tall as Lions a las 15, así que iba a tener suficientemente tiempo para hacer un reconocimiento del terreno.
El Empire Polo Club es gigante. Cuenta con cinco escenarios: el principal, -Coachella Stage-, el Outdoor Theatre, y  las carpas Gobi, Mojave y Sahara. Estos últimos tres, a tono con el enclave desértico de Indio.
Me acordaba de imágenes de distintos mega-festivales –sobre todo de Glastonbury- donde ante una eventual lluvia la gente se la arreglaba con minúsculos pilotines y se embarraba hasta las rodillas. Impresionada por este panorama, le dije a Reza qué loco que sería un Coachella con lluvia. Me miró con cara de sos-una-ignorante-de-la-geografía-y-el-clima y me respondió: “Esto es el desierto. Acá nunca llueve.”
Calor. Sin esa característica climática, Coachella no sería Coachella. Para combatirlo, el obvio consejo de tomar mucho líquido, pero también participar de ciertas instalaciones para hacerle frente a las altas temperaturas sin perder el glamour: máquinas gigantes que tiraban aire frío a la gente que se paraba alrededor y pequeños ventiladores personales que los acalorados asistentes podían llevar consigo todo el tiempo. En el plano del festival, uno de los íconos que señalaban los distintos espacios decía “shaded area” (área con sombra). Que tal espacio fuera indicado en el plano me dio un poco de pavor, sobre todo porque representaba una porción diminuta en relación al resto del predio. Insolación, allí iba.
Cada botella de agua costaba U$S 2, y también era posible comprar la botella oficial del festival a U$S 20, que se podía recargar ilimitadamente en el stand específico. Otro modo de obtener agua gratis era estar dispuesto a juntar 10 botellitas vacías y cambiarla por una botella de agua fresca.
El ritmo del Coachella es intenso. Los recitales empiezan al mediodía y los últimos terminan a la 1 de la mañana. De allí, habrá que calcular 40 minutos o más para llegar a las carpas, porque la aglomeración de gente es tan grande que la salida es muy lenta.
Como en todo evento multitudinario, las marcas no podían faltar. Heineken auspiciaba dos “beer garden” a los que sólo podían acceder los mayores de 21 años con una pulsera previamente obtenida –en EEUU esa es la edad permitida para beber alcohol-; Sony, y Microsoft, entre otros marcas famosas localmente. Todos estos stands eran oasis para el Coachellense: tenían aire acondiconado, laptops con internet gratis, lockers para cargar baterías y teléfonos celulares y cómodos sillones para reponer energías. Mi favorito era el de H&M –mega tienda de ropa en EEUU y Europa-: MacBook Pro casi siempre libres que auspiciaban mi conexión con el mundo, agua gratis y hasta espejos con cremas y perfumes, bienes muy preciados en la precariedad campamentística. 



Día 1. Ella, Él y el chico más blanco vivo.
 

El inicio de She & Him estaba pautado para las 17.45, y yo a esa hora todavía esta chateando en una de las carpas. Llegué al Outdoor Theatre  justo antes de que empiece, y comencé a abrirme paso tímidamente entre personas que evidentemente pensaban que la tardanza y la impuntualidad no se resuelven con unos tibios “excuse me”, por mas corteses que sonaran.
El público es tal como dice el lugar común: frío y mayormente inmutable. No se emocionan, casi no cantan y mucho menos se quedan esperando bises. Cuando Matt Ward y Zooey Deschanel desaparecieron del escenario quince minutos antes de que estuviera pautada la finalización de su show, todos empezaron a dirigirse lentamente hacia otros stages, mientras yo los miraba sin entender –15 minutos en un show de 50 es como mucho tiempo robado al espectador-. Segundos después, Matt y Zooey reaparecieron, y la gente también volvió, sorprendida. No parecían estar muy habituados a los bises y a la mágica sensación de que los artistas vuelven porque nos quieren mucho.
She & Him fue uno de los shows que más me gustó. Zooey y Matt son tan adorables, lindos y twee, que dan ganas de invitarlos a tu casa a tomar la leche. Ella es –se sabe- increíblemente encantadora y hermosa: cada gesto, cada mirada suya hipnotiza y atrapa al público a un nivel que pocas artistas hacen. Y M. Ward  no solo demuestra un gran talento con cada acorde, sino también el reclamo –muy justo- de un mayor protagonismo en un dúo que muchas veces suele ser más She que Him.
Esa tarde transcurrió entre Passion Pit y Grizzly Bear. Agotada, decidí  recostarme en el pasto y escuchar a Daniel Rossen y cía. desde allí. Un plan que no estaba nada mal y que me iba a permitir reponer energías para saltar con The Whitest Boy Alive.
Erlend Oye y su banda cerrarían el stage Gobi del primer día del festival, minutos antes de la medianoche. A esa altura, el frío –todavía estaba en short y musculosa- y el cansancio se hacían sentir. Por suerte el “calor humano” del recital disimuló la amplitud térmica del desierto y la simpatía y el talento de Erlend hicieron olvidar todo lo demás. Erlend me sorprendió como front- man, bailando y “agitando”. Debería volver a Argentina. Prometemos que no vamos a robarle los anteojos.

Día 2. Dirty Projectors y energy domes. 

El sábado decidí  ingresar temprano al predio para poder cargar la batería de la cámara y conectarme a Internet. Eran las 11.20 y la gente empezaba a amontonarse ante las puertas que deberían haber abierto veinte minutos antes. La espera y el calor se soportaban compartiendo frutillas, charlando y cantando Bohemian Raphsody -entre otros ocurrentes intercambios verbales- para ganarse la simpatía –y la piedad- de los organizadores.
El sábado fue otro día intenso con Dirty Projectors, Faith No More y Devo. Los chicos de Brooklyn sonaron impecables. Con uno de los mejores discos del 2009, para mí era toda una incógnita cómo sería su performance en vivo pero, lejos de decepcionar, hechizaron con sus voces y sus sonidos peculiarmente adictivos.
Más tarde llegó el momento de pasar por el stage princpal para ver a Mike Patton y luego, por el Outdoor Theatre para ver un poco el show de MGMT. Otra banda de Brooklyn, pero más ¿mainstream?. Andrew VanWyngarden y Ben Goldwasser dieron un show correcto. Son talentosos, no se lo puede negar, pero los 50 minutos que tocaron me dejaron con sabor a poca sorpresa. Si esta crónica hubiera sido escrita hace poco más de dos años, en el medio del gran boom de Oracular Spectacular –ese gran disco que me resultó prácticamente imposible dejar de escuchar por mucho tiempo- mi percepción tal vez habría sido otra.
El resto del día transcurrió entre la frescura de The XX, la elegancia de The Raveonettes y la grata sorpresa de Edward Sharpe and the Magnetic Zeros, que son como The Polyphonic Spree pero sin túnicas. Altamente recomendables.
A Devo, ya los había visto unas horas antes, cuando estuvieron en Zia Records muy amablemente firmando discos y energy domes –los característicos cascos que usan en sus presentaciones y en muchos de sus videos-. A la medianoche llegó el turno de verlos tocar. Fue un show excelente y muy enérgico –gracias a ellos, que a pesar de tener sus años, se la bancan, y mucho- y gracias el público, que hizo que el Mojave se convirtiera, por unos instantes, en una pista de baile. Tuvieron unas visuales increíbles, que por momentos me hizo acordar a las utilizadas por Kraftwerk. Un gran cierre para otro gran día. 


Día 3: los platos fuertes. 

A la mañana aproveché  para despedirme de Zia Records –la única carpa en donde vendían discos- y de Matt, empleado que pacientemente guardaba mi sobrecargada bolsa, conenergy dome incluido. Eso no sería nada en comparación a la mega compra en Amoeba Records, varios días después, en San Francisco, donde mis finanzas terminaron de desmoronarse por completo.


Volví  a almorzar wraps de atún en lo que, para aquel entonces, se había convertido en mi lugar favorito y me permitía huir de la pizza incomprensiblemente cara (llegaba a U$S 6 la porción) y de las hamburguesas poco saludables y sobre-condimentadas.
Luego del almuerzo la felicidad estaba garantizada. Valió la pena tolerar el inclemente sol de las 2 de la tarde para ver a Owen Pallett. Este joven violinista canadiense –que también firmó en algún momento los discos como Final Fantasy- podría ser el hijo no reconocido de Andrew Bird.
Los une el parecido en el timbre de voz, y por supuesto, el violín, instrumento noble si los hay, y por suerte empleado cada vez más por numerosas y diversas bandas.
A las 5 tocó Yo la Tengo. Tenía muchas ganas de ver a esta banda. Por sus larguísimos jammings muchos consideran que no es una banda de festivales. Bueno, realmente no parece serlo. Pero me alegró que hayan estado ahí, arriba del escenario, demostrando porqué siguen juntos hace más de 20 años sin necesidad de recurrir a separaciones y re-uniones para seguir vigentes. Totalmente adorables Ira y James haciendo su coreografía característica en You can have it all.
Iba a llegar jugada para Julian Casablancas: empezaba a las 17.35. Encima, se superponía con Charlotte Gainsbourg, otra artista que me causaba mucha curiosidad por cómo sonaría en vivo. En festivales tan grandes como estos, el solapamiento de artistas es algo común, lo que hace que a veces la gente tenga que correr de un escenario a otro. Afortunadamente, éste cruce fue el único que se me presentó. Suerte de principiante, tal vez. Me incliné por el neoyorkino pero tanto tanto público queremos-escuchar-una-de-los-strokes que me hacían verlo más o menos desde el puestito de los pretzels me desanimó. Entonces, fui a la carpa donde estaba Charlotte y pude escuchar sus últimos temas, aún con la esperanza de que uno de los rumores más fuertes del foro del festival en los días previos se hiciera realidad, pero Beck no apareció. Hubiera sido demasiado bueno semejante bonus.
A las 20 al fin podría ver una de las bandas que más esperaba: Pavement. Me sorprendió no encontrar al Coachella Stage desbordándose de gente. Tal vez haya sido porque muchos de los que estaban allí seguramente podrían verlos en el tour que están haciendo por EEUU.
El gran Stephen Malkmus y el genial Bob Nastanovich lideraron el show, y con poco esfuerzo lograban que todos agradezcamos la vuelta: escuchar Frontwards o Trigger Cut en vivo pagaba con creces la espera para verlos juntos en un escenario. También fue la única banda que escuché que pidió un reconocimiento para los trabajadores del festival.
Sabemos que este tipo de festivales demanda mucha energía y que muchas veces hay que recurrir a la tan preciada lona y “dormitar” un poco antes de que empiece la próxima banda. Bueno, el problema es cuando se decide hacer esto mientras esa banda está tocando. Mucho peor es cuando te encontrás relativamente cerca del escenario y cuando la banda en cuestión está compuesta por Thom Yorke, Flea y Nigel Godrich. Hola, sí, ¿pagaste mas de 200 dólares para quedarte sentado en el pasto, sin ver nada, rodeado por unas cuantas personas que pueden llegar a pisarte si la multitud empieza a moverse un poco? Todo bien con descansar, pero podés hacerlo más atrás. Esta forma de ver los recitales masivos me costó una crispada discusión con un grupo que estaba cómodamente sentado mientras sonaba The Clock, y contaba con un grupo de “guardaespaldas” que no me dejaban pasar más adelante. Indignada por la situación, logré hacerme lugar, pisándoles su “manta”. Uno de ellos exclamó: “Hey! Look at my ponchou” Su wannabe tercermundistame indignó aún más y les dije que no podían hacer eso, que no entendían nada. Me miraron con cara de loca-de-mierda-calmate mientras yo pude avanzar unos metros más.
El cierre del festival estuvo a cargo de Gorrillaz, una banda que no es de mis favoritas,  pero su puesta en escena y el carisma de Albarn valieron quedarse y enfrentar el viento y el cansancio.
Al día siguiente, Reza, como responsable de la expedición coachellistíca nos despertó muy gentilmente a cada integrante del grupo para “levantar campamento”. Eran las 8 y el sol ya empezaba a sentirse. Lentamente desarmamos las carpas y emprendimos el regreso a Los Angeles. Afortunadamente habíamos perdido a las chicas canadienses para la vuelta. Sería un viaje relajado y silencioso, entre Ice Breakers y caras de sueño, pero con un Coachella –uno más para ellos, el primero para mí- en nuestras cámaras de fotos y en nuestros oídos. Larga vida al oasis musical del desierto.

 

►  http://www.coachella.com/  

9 comentarios:

pablo bombin dijo...

Joder!!el primer dia tocaron los specials!!!!!

motosierra dijo...

esta chica seguro que le compro un monton de cds a su novio.

Roblanz dijo...

No te puedo creer que toco Babasonicos!!!!!!!!????

Chagall dijo...

Terrible buena la escribicion, me imagine toda la wea, y esta cronica me da esperanzas, pense que era imposible viviendo en el sure del sure ir a un coachella pero ya no se ve tan lejos.

Leftdance dijo...

excelente review del festival¡

ojala GorillaZ se presenten en argentina a fin de año ¡

LC dijo...

Che que groso estar allí!!!
Muy buena crónica.
Felicitaciones.

Gux dijo...

Tuve la suerte de ir al 2007, al de la vuelta de RATM, como todavia vivia alla, no fue dificil
La verdad, es un sueño hecho ealidad, cunado volvi al pais y vi lso festivales de aca con Kapanga o Gardelitos cerrando,casi me la corto con una chapita de cerveza..
Las vueltas de la vida, ahora estoy de nuevo viviendo aca, pero ya no me quejo
Si queres fotos te paso las que quieras

Coco dijo...

En el ´99 estuve en el Reading Festival en UK. Carpa, tres dias. Una experiencia inolvidable. Los numeros centrales: el Blur de 13 y el Chemical Brothers de Surrender. En fin... Vi a los Echo & The Bunnymen y a Pavement presentando Terror Twilight. Jon Spencer Blues Explotion tocando todo Acme, en un show electrizante... En una carpita de mala muerte se presentaba una bandita nueva que acababa de firmar para Parlophone para grabar su primer disco: Coldplay. Estaba revisando el lineup y veo que me perdi a los Flaming Lips, Guided By Voices y The Fall (..nooo!). Coincido que volver y ver un festival acá es un bajón. No porque 'todo lo de afuera es mejor' pero la verdad, nos falta muuucho para organizar un evento decente por acá.

jjtmendez dijo...

hola si algun dia quieres venir a chicago a la lollapooza, cordialmente invitada